17.- Sueños al atardecer...
Siempre tuve facilidad para soñar despierta, imaginando momentos
mágicos o revivirlos en tal caso. Tras este vuelco que me ha dado la vida
imagino más que revivo. Ello me hace sentir bien, viva. Con ganas de seguir
hacia adelante, de comerme el mundo. ¿Quién no sueña a veces para calmar la
ira?
¿Por qué soñamos? Es
obvio que hay una parte de explicación de los sueños biológica, pero por otra,
hay un componente psicológico y de vivencia. Tampoco debemos buscarle
significado o interpretación a cada uno de los sueños que tenemos, pero si
debemos hacer hincapié en aquellos que se repiten de forma regular. Hoy
compartiré uno que se presenta en mi mente de forma regular y que dejo en
vuestra imaginación que parte de real o ficción hay en él.
Hace calor, los vestigios de
la primavera empiezan a abrir paso al inminente verano que está a punto de
llegar. Me cuesta despertarme, no puedo abrir los ojos. Alargo mi mano al otro
lado de la cama y la noto fría, vacía. No está. Oigo la ducha. El calor lo ha
despertado también, pienso. Nos dormimos tarde. Abrazados. Con el sonido de su
respiración en mi cuello.
Me levanto, me desnudo y entro en la ducha. No ha terminado aún. Me recibe con
un abrazo, me besa los labios. Me rodea con sus brazos y me sumerge bajo el
agua, dejando que mi cuerpo se moje, mientras me dice lo guapa que estoy y lo
mucho que me quiere. Siempre he admirado la capacidad de arrancarme una sonrisa
por la mañana. Siempre me encuentra radiante y bella, aunque mis ojos apenas
puedan abrirse. Afirma que una mujer se sabe si es bella según se despierta, y
por cómo me lo dice, debo serlo.... al menos para él.
Frota mi espalda con jabón, le encanta enjabonarme y cubrirme de espuma para
luego abrazarme y sentir que resbalo bajos sus brazos, que me
escurro como un pez en el agua. Me besa y me susurra al oído que me quiere.
Me rodea con sus brazos y lo siento muy cerca de mí, lo quiero, lo deseo. Y
nos fundimos como dos gotas de agua más.
Escojo un vestido playero, estampado de tirantes, corto, que me encanta y
a él también. Él ha escogido unas bermudas color galleta y una camiseta
azul que realzan sus ojos. No olvido la chaqueta y él tampoco. Coge los
cascos y las llaves que están sobre la mesa y salimos hacía el parking.
Cuando estoy a punto de ponerme el casco me dice "espera!", y me besa
en los labios, "para el camino", me dice. Sonrío, siempre lo
hace, y no deja de sorprenderme. Lo echaré de menos el día que no lo haga. No
sé cuánto. No lo imagino.
Se sube a la moto y la enciende, me encanta oír el sonido cuando le da al gas.
Y me subo a ella. Y me acuerdo del día que la compramos y escogimos. Él quería
que yo estuviera cómoda y aunque él prefería la Ducati, me concedió la BMW por
la comodidad de mi trasero.
Salimos de Barcelona, y cogemos la costa, nuestra primera parada, Sitges. No
hemos desayunado aun y nuestros estómagos piden a gritos un buen desayuno. Lo
abrazo fuertemente. Siempre he pensado que en la moto somos uno, nos fusionamos
como si de una pieza se tratara. Noto el viento en mis piernas. Lo sé, las
llevo al descubierto, pero me encanta sentir el aire que roza mi piel. Me gusta
cuando la rodilla se aproxima al asfalto. Cuando mi cadera sigue el movimiento
de las curvas. Cuando mis manos lo agarran fuerte y cuando mi cabeza se apoya
en su espalda.
No paramos de hablar, los intercomunicadores han mejorado mucho nuestros
trayectos. Me pregunta si voy bien, lo bonito que está el día, los barcos que
se ven fondeando en la costa. Dejamos las curvas y llega una recta, acelera, me
encanta, lo abrazo, le digo que lo quiero, nos sube la adrenalina. Frena, y me
gusta como mi cuerpo choca contra el suyo y a él le encanta hacerlo y sentir
como mi cuerpo lo presiona y le grito. Bajo de la moto. Mis piernas
tiemblan por la vibración del momento.
Coge mi casco y se lo pone en su brazo izquierdo junto al suyo. No sé cómo
puede llevar los dos y no parecer molesto. Yo detesto llevarlo, y él lo sabe.
Su brazo derecho rodea mi cintura y andamos por las callejuelas del centro. Se
detiene en el quiosco y compra el periódico.
Nos detenemos en nuestra cafetería, escogemos mesa, dejamos los cascos y
pedimos nuestro desayuno. Completo. Café con leche, tostadas, croissant y zumo
de naranja. El pide algo más. Por las mañanas siempre devora. Mientras leemos
el periódico, cada uno una parte. He acabado de ojear la revista y lo miro. Me
encanta verlo así, sentado con la pierna cruzada, recostado en la silla de
mimbre, sosteniendo ambas hojas y leyendo cada una de ellas.
De vez en cuando, aparta la mirada de la lectura y me mira, le sonrío y
pregunto si dice algo interesante. Por qué pregunté? Lo oigo como me habla de
política, economía, sucesos y demás. Pero no lo escucho, no presto atención a
las palabras que me dice, solo miro sus labios como se mueven cuando habla,
miro sus ojos como brillan y sus manos como siguen las palabras. Dios, como me
gusta contemplarlo, siempre me ha parecido una persona super elegante hablando,
llena de contenido y sabiduría.
Me acerco y lo beso, quiero que deje de hablar y me acaricia con su mano mi cara
y me devuelve el beso, esta vez pasional, lleno de palabras y sentimiento. Lo
he conseguido, ha cerrado el periódico y me abraza. Me pregunta que hacemos
ahora que ya hemos desayunado. Comernos el mundo, le respondo. No somos de
playa, no nos gusta tumbarnos en la arena sin más, así que decidimos coger de
nuevo la moto. Los dos compartimos la pasión por la velocidad, el viento y la
adrenalina que nos causa compartir juntos esos trayectos, a veces más o menos
largos.
Largas carreteras, cruzando montañas, curvas cerradas, interminables. Mis
caderas se mueven de un lado a otro, y siento escalofríos cuando nos
aproximamos al suelo. Me entran ganas de sacar mi mano y tocarlo para sentir el
calor del asfalto. No lo hago. Mientras me va explicando por los sitios que
vamos pasando o hablamos sobre lo bonito del paisaje. Nos detenemos en un
mirador. Bajamos de la moto. Saco mi móvil y fotografío el horizonte, mientras
el me abraza mi cintura y apoyo mi cabeza en su pecho.
"Qué bonito!" le digo. "No más que tú", me dice. Lo adoro,
lo amo con todas mis fuerzas. Me hace sentir especial, segura, cómoda, única.
No quiero que esto se acabe nunca. No puedo imaginar que esto no se repita.
Siempre imagino que será así siempre. Que nada nos quitará estos momentos. Que
los repetiremos, los dos canosos, con una Harley bajo nuestras piernas y una
chupa de cuero. No es un sueño cualquiera, es nuestro sueño.
Volvemos a la carretera, a sentir la velocidad en nuestra sangre, el aire en
nuestro cuerpo y gritar nuestra libertad, esa que no queremos perder.
La mañana se acaba y estamos desando comer. Nos da igual donde, nos detendremos
en el camino donde nuestro estómago diga. En la carretera, una pequeña casita
de piedra, comida casera, es suficiente para hacer un alto en el camino. Disfrutamos
de la comida, y nada de alcohol, la carretera no lo permite. Doble ración de
café y listos otra vez para realizar el final del trayecto.
Me gusta cuando volvemos de viaje abrazarle el pecho, que sienta mi melancolía
porque sé que el final llega. Me gusta besarle la espalda. Es como si me
despidiera de nuestro pequeño viaje. Él lo sabe y hace que la última parte sea
más emocionante. Sus movimientos son más lentos y precisos, para ser
degustados. Me encanta que lo haga. Lo hace para mí, su princesa.
Todos esos sentimientos están ahí, han ido creándose a lo largo del día.
Sensaciones que no hemos dejado en la carretera, si no que hemos ido acumulando
en nuestro interior con la intención de luego compartirlas juntos.
Llegamos a casa, nos cambiamo después de un largo viaje. Estamos cansados. Sigue
haciendo calor. Bajo un poco las persianas para impedir que el sol abrase
nuestro salón y abro las ventanas, dejando que pase la suave brisa que hace
hoy. Él se ha recostado en el sofá y encendido la tele. Busca entre los canales
la menos mala de las películas que hacen en la sobremesa.
Lo miro, apoyada su cabeza sobre su mano, mientras con la otra controla el
mando. Me gusta esa cara que pone de concentración cuando algo no le convence.
Al final, desiste y deja un canal, una de catástrofes naturales, mejor que la
de una mujer divorciada que busca de nuevo la felicidad.
Me hace un hueco en el sofá y me pide que me acueste junto a él. Me pongo
delante de él, no quiero que su espalda me tape la visión de la super película
que vamos a ver. Me abraza. Me susurra que me quiere. Y con su calor y su
respiración nos dormimos. Mmmmm que bien sienta una pequeña siesta después de
un día tan intenso.
Sigo dormida, y siento su respiración en mi oído. La noto distinta, ya no es
profunda. Noto como su mano se mueve y me acaricia, mi brazo y mi pierna. Me
acerca más hacia su cuerpo, para sentirme más cerca. Me besa en el cuello, el
lóbulo de mi oreja, mi mejilla. Me dice que me quiere.... que me ama.... que
me desea..... y me vuelve hacía el. Quiere mirarme a los ojos.
Le brillan. Le brillan de amor, de deseo a tenerme bajo sus brazos. De sentirme
suya. Lo beso, sus labios están calientes. Me mordisquea los míos y juega con
mi lengua. Su mano mientras se cuela bajo mi vestido y acaricia mi piel.
Siempre logra estremecerme y hacer que sienta la electricidad de sus manos en
el roce de mi cuerpo.
Noto su excitación y me fundo entre sus brazos, besos, caricias y deseo. Lo que
daría porque el tiempo se detuviera en estos momentos y nada ni nadie nos los
arrebatara. Sentir los latidos de su corazón, su seguridad, su fuerza, su
pasión, todo ello hace que el tiempo deje de existir para mí.
Te quiero más que nada en este mundo, no olvides nunca los momentos que vivimos
juntos. Pequeños o grandes, siempre fueron nuestros momentos. Cargados de
intensidad, para ser rememorados, soñados o revividos en el futuro. Hoy es ese
futuro y siento que debemos recordarlo. Por ti, por mí, por los dos. Por lo
nuestro. Por lo fue y lo que será.
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